En el corazón de la comunidad ucraniana de EEUU, toda ayuda de guerra es bienvenida
En el corazón de la comunidad ucraniana de Estados Unidos, en la zona minera de Pensilvania, el sacerdote católico Petro Zvarych pide a sus feligreses que ayuden a comprar chalecos antibalas y cascos para los soldados pobremente equipados que luchan en el frente contra el ejército ruso a miles de kilómetros de distancia.
En plena movilización de la diáspora ucraniana en Estados Unidos, Zvarych pide dinero durante un servicio religioso para apoyar a sus compatriotas que luchan para defender la integridad e independencia de Ucrania.
"Nuestras colectas tienen diferentes objetivos pero principalmente son para ayuda militar", explica el sacerdote en la iglesia San Juan Bautista, en las afueras de Frackville, a unos 160 km al noreste de Filadelfia.
"Trataremos de comprar el mayor número posible de chalecos antibala y cascos. Si los conseguimos aquí y los enviamos rápidamente será de enorme ayuda", dice este sacerdote de 46 años, que llegó a Estados Unidos en 1999.
En Estados Unidos hay algo más de un millón de personas de origen ucraniano, según estimaciones del censo de 2019. El mayor porcentaje vive en el condado de Schuylkill, en el este de Pensilvania.
Los primeros ucranianos empezaron a llegar a partir de 1870 para trabajar en las minas de carbón y hierro durante la revolución industrial estadounidense. Muchos otros los siguieron, en particular durante el régimen estalinista y la II Guerra Mundial.
"Consigo trajeron sus tradiciones, su religión", explica Mark Fesniak, sacerdote de la iglesia católica de San Nicolás en Minersville.
El declive de las minas de carbón en el siglo XX llevó a muchos a buscar trabajo en Nueva York, Filadelfia y Chicago, pero sus tradiciones sobrevivieron.
En un mercado cercano, media docena de mujeres preparan halupki, una empanada de col rellena de carne de vacuno, cerdo y arroz, para colectar fondos.
Mientras envuelven estas delicias a mano no pueden evitar manifestar su tristeza y rabia por la invasión del presidente ruso Vladimir Putin de la tierra de sus antepasados.
"Me siento fatal por ellos", dice Michelle Hume, de 69 años, cuya abuela llegó de Ucrania, mientras lucha por ahogar las lágrimas.
Nancy Marchefsky, de 70 años, grita: "Ojalá pudiera enviarles algunos de estos halupki".
Mientras Occidente apoya a Ucrania, muchos estadounidenses aportan su grano de arena, desde lanzar campañas como GoFundMe hasta colectas de dinero locales.
- Donaciones -
El consulado ucraniano de Nueva York ha colgado información en su página de Facebook para orientar a los posibles donantes sobre cómo transferir dinero al ministerio de Defensa en Ucrania para ayudar a las fuerzas armadas.
En el condado de Schuylkill, a 8.000 km de las iglesias de cúpulas doradas de Kiev, cerca de las abandonadas minas de antracita, los esfuerzos locales empiezan a tomar forma.
Antes de asistir al servicio del padre Zvarych esta semana, John Smolock y su esposa tomaron de su casa medicamentos sin abrir, como geles desinfectantes, vendas, botas y abrigos para llevar a la iglesia ucraniana de San Miguel en Frackville.
Después de hablar con Zvarych, Smolock, de 69 años, decidió hacer otra donación: un cheque de 400 dólares para comprar un chaleco antibalas.
"Es para proteger a nuestra gente, a nuestros soldados allí", dice a la AFP Smolock, cuyos abuelos llegaron a Pensilvania a principios de la década de 1900.
El organizador de la colecta es Matthew Kenenitz, un ucranioestadounidense que enseñaba inglés en Kiev antes de irse dos semanas antes de la invasión rusa.
Varias personas vienen con bolsas durante la visita de la AFP. Entre las donaciones se encuentras pomadas contra las quemaduras, gasas, mantas y muletas.
Lo recolectado será enviado a Filadelfia donde el Centro Educativo y Cultural Ucraniano fletará esta semana un avión a Ucrania con las donaciones.
Kenenitz, de 40 años, espera que otros imiten la iniciativa de Smolock y contribuyan a los esfuerzos de los combatientes ucranianos, muchos voluntarios mal equipados que han llegado de países europeos.
"También hay uniformes de camuflaje, gafas de visión nocturna, drones, botas, y todo tipo de cosas que necesitan para sobrevivir", dice.
La Casa Blanca insiste en que los estadounidenses no deberían ir a luchar, pero el padre Zvarych dice que conoce a varios hombres con formación militar que están deseando ofrecer sus servicios.
"Al menos pueden ayudar a combatir una guerra justa", dice.
L. Andersson--BTZ