Aung San Suu Kyi, la encarnación del tumultuoso destino de Birmania
Aung San Suu Kyi, detenida en un lugar secreto desde hace un año, encarna el turbulento destino de su país. El rostro más conocido de los gobernantes birmanos ha sido icono de la democracia, objeto de críticas del mundo por los abusos contra la minoría rohinyá y de nuevo víctima impotente de los generales golpistas.
El 1 de febrero de 2021 un golpe de Estado derrocó a su gobierno y puso fin a un breve interludio democrático, al tiempo que desataba enormes protestas.
Desde entonces la premio Nobel de la Paz de 76 años está retenida y es acusada de varios cargos que podrían suponer una condena a varias décadas de cárcel.
Meses antes, su partido, la Liga Nacional para la Democracia (LND), había arrasado en las elecciones nacionales y Suu Kyi se preparaba para iniciar otro mandato de cinco años como líder de facto de la nación.
La junta actual, decidida a acallar su voz para siempre, la ha acusado de delitos diversos: importar y poseer ilegalmente walkie-talkies, incumplir las normas contra el covid e incitar a rebelarse contra el ejército.
Por ahora, ha sido condenada a seis años de cárcel y espera el veredicto de otras acusaciones en un lugar secreto de la capital.
Aunque Suu Kyi sigue siendo inmensamente popular en Birmania, su legado en el extranjero se vio profundamente empañado por la gestión de su gobierno durante la crisis de los rohinyás.
La represión militar de 2017, que hizo que unos 750.000 miembros de esta minoría apátrida huyeran de sus aldeas en llamas hacia el vecino Bangladés, provocó la repulsa mundial.
Para muchos de los que siguen luchando en Birmania, la revolución debe ir más allá del movimiento que Suu Kyi lideró hace décadas y erradicar definitivamente el dominio militar de la política y la economía del país.
- Hija de un héroe -
Suu Kyi nació el 19 de junio de 1945 en Rangún, entonces ocupada por los japoneses, durante las últimas semanas de la Segunda Guerra Mundial.
Su padre, Aung San, luchó a favor y en contra de los colonizadores británicos y japoneses mientras se esforzaba por dar a su país la independencia, que se logró en 1948.
Suu Kyi pasó la mayor parte de sus primeros años fuera de Birmania, primero en India, donde su madre era embajadora, y luego en la Universidad de Oxford, donde conoció a su marido británico.
Después de que el general Ne Win se hiciera con todo el poder en 1962, impuso su estilo de socialismo en Birmania, convirtiendo al que fuera un país próspero en uno de los más pobres y aislados del mundo.
El ascenso de Suu Kyi como defensora de la democracia se produjo casi accidentalmente, cuando regresó a su casa en 1988 para atender a su madre moribunda.
Poco después, al menos 3.000 personas murieron cuando los militares aplastaron las protestas contra su régimen autoritario. Este derramamiento de sangre fue el catalizador de Suu Kyi.
Esta carismática oradora, que entonces tenía 43 años, se convirtió en la protagonista de un floreciente movimiento democrático, pronunciando discursos ante enormes multitudes mientras lideraba la LND hasta su victoria en las elecciones de 1990.
Los generales no estaban dispuestos a abandonar el poder, ignoraron el resultado y confinaron a Suu Kyi en su casa de Rangún, donde vivió durante 16 de los siguientes 20 años.
En 1991 fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz mientras estaba detenida. La junta ofreció poner fin a su encarcelamiento en cualquier momento si abandonaba el país definitivamente, pero Suu Kyi se negó.
Esa decisión significó no ver a su marido antes de su muerte por cáncer en 1999, y perderse el crecimiento de sus dos hijos.
- Relación incómoda con los militares -
Los militares acabaron concediéndole la libertad en 2010, pocos días después de unas elecciones que su partido boicoteó pero que llevaron al poder a un gobierno en teoría civil.
Cinco años después, Suu Kyi arrasó en las siguientes elecciones, lo que provocó celebraciones de júbilo por parte de multitudes en todo el país, y en 2020 aumentó la mayoría de su partido.
Pero el gobierno de Suu Kyi estuvo plagado de problemas y marcado por una relación incómoda con los militares, que mantenían un poderoso papel político.
Sin embargo, el gobierno y los militares parecieron estar en sintonía tras la represión contra los rohinyás en 2017.
La oficina de Suu Kyi negó las violaciones, ejecuciones extrajudiciales y ataques incendiarios contra esta minoría, defendió al ejército e incluso viajó a La Haya en diciembre de 2019 para rebatir las acusaciones de genocidio ante el máximo tribunal de la ONU.
Pero semanas después volvió a ser prisionera de la junta, enfrentándose ahora a la posibilidad de pasar el resto de su vida detenida.
S. Soerensen--BTZ