Libaneses cosechan la aceituna a la sombra de la guerra
En la ladera de una montaña en el sur de Líbano, el trabajador agrícola Asad al-Taqi está atareado recogiendo aceitunas, indiferente al rugido de los aviones israelíes que sobrevuelan esos olivares.
A pocos kilómetros de su pueblo de Kfeir se hace evidente la devastación provocada de los bombardeos israelíes en el sur del Líbano desde la escalada de su campaña contra el movimiento islamista proiraní Hezbolá en septiembre.
"No tengo miedo de los bombardeos", dice Taqi mientras golpea junto a otros jornaleros las ramas de los olivos para que las aceitunas caigan en sus bolsas de yute.
"Nuestra presencia aquí es un acto de resistencia", dice el agricultor de 51 años.
La aldea se encuentra a nueve kilómetros de los Altos del Golán ocupados por Israel, en el distrito cristiano y druso de Hasbaya, que se ha librado en gran medida de la destrucción que ha asolado bastiones cercanos de Hezbolá.
Pero incluso la relativa calma de Hasbaya se hizo pedazos el mes pasado cuando tres periodistas murieron por un ataque israelí contra el complejo en el que dormían.
La guerra actual es la culminación de casi un año de hostilidades transfronterizas entre Israel y Hezbolá, que argumentaba actuar en solidaridad con su aliado Hamás en el conflicto de Gaza.
- Pérdidas millonarias -
Los trabajadores en Kfeir descansan a la sombra de las ramas de los olivos, "el árbol de la paz", dice Taqi.
Los campos están a unos 900 metros sobre el nivel del mar, en las laderas del monte Hermón, que domina una zona donde convergen los territorios de Líbano, Siria y los Altos del Golán ocupados por Israel.
Los campesinos llevan faenando desde el amanecer en relativa paz, interrumpida solo por el estruendo de los cazas israelíes que rompen la barrera del sonido y las columnas de humo que se elevan en el horizonte en otro pueblo libanés.
Hasna Hamad, una jornalera de 48 años, dice que el trabajo agrícola es su sustento vital. "No tenemos miedo, estamos acostumbrados", afirma.
Pero "tenemos miedo por nuestros hermanos impactados por el conflicto", añade en referencia a los cientos de miles de libaneses desplazados por los combates y bombardeos.
En otras partes del sur del país, los olivos están repletos de aceitunas que nadie recogerá porque los residentes han huido de los bombardeos y de las operaciones terrestres de las tropas israelíes iniciadas en septiembre.
Un informe del Banco Mundial publicado este mes señaló que "la perturbación de la cosecha de los olivos causada por los bombardeos y el desplazamiento llevará a pérdidas de 58 millones de dólares" en Líbano.
En las zonas afectadas por el conflicto que analiza el informe, un 12% de los campos de olivos han quedado destruidos, afirma.
La cosecha de aceitunas es una época siempre ansiada en Líbano. Algunos habitantes vuelven cada año a sus pueblos y campos natales para participar en ella.
Pero esta vez "no todo el mundo tiene el valor de venir", dice Salim Kasab, propietario de una prensa tradicional a la que acuden sus vecinos para extraer el aceite de sus olivas.
"Mucha gente está ausente (...) Han enviado a trabajadores para remplazarlos", explica.
- "El mes de los olivos" -
"Hay miedo de la guerra, claro", dice el hombre de 50 años, que este año ha decidido ir solo a la cosecha, sin su mujer y sus hijos.
Antes del conflicto solía viajar también a las ciudades meridionales de Nabatieh o Sidón si necesitaba reparar sus máquinas, pero estos desplazamientos son ahora casi imposibles por cuestiones de seguridad.
El informe del Banco Mundial estima que las pérdidas agrícolas de los últimos 12 meses han costado 1.100 millones de dólares a Líbano, que ya arrastraba cinco años de dura crisis económica antes del conflicto.
Las zonas cercanas a la frontera sur con Israel han sufrido "las pérdidas y los daños más significativos", asegura el reporte.
Sus autores citan "la quema y el abandono de amplias áreas de tierra agrícola" tanto en el sur como el este de Líbano y "cosechas perdidas por el desplazamiento de los campesinos".
En otro rincón de Kfeir, Inaam Abu Rizk, de 77 años, y su marido limpian las aceitunas que quieren prensar para obtener aceite o envasar para servir en el invierno.
Abu Rizk ha participado en las cosechas durante décadas, como parte de una tradición de varisa generaciones que no quiso romper este año pese a la guerra.
"Por supuesto tenemos miedo (...) Hay el ruido de aviones y bombas", dice. Pero "nos encanta el mes de los olivos. Somos granjeros y la tierra es nuestro trabajo".
I. Johansson--BTZ