Los mitos de la caza del cocodrilo persisten en el río Congo
A orillas del río Congo, el mito cuenta que el temible cocodrilo hociquifino africano puede romper bombillas de linterna con su mirada. Las leyendas de la tribu de pescadores banunu perduran en el tiempo, aunque las tradiciones y el negocio ya no son lo que eran.
Michel Koko, de 54 años, aprendió el oficio con su padre Henry a los diez años y desde entonces dedica su vida a capturar cocodrilos, caimanes y todo tipo de peces en el segundo río más largo de África, 4.700 kilómetros, a su paso por la República Democrática del Congo.
Koko forma parte de los libinza, una tribu prima de los banunu-bobangi, conocida por sus extraordinarios mitos de caza y pesca, que habita desde principios del siglo XVIII en las orillas del río Congo antes de su llegada a Kinshasa, la capital del país.
"Mi padre me legó su lanza", cuenta Michel, apodado 'Lebe', quien está convencido de que gracias a ella casi nunca ha errado su objetivo.
Algunos pescadores banunu no solo heredan las lanzas y los tótems de sus ancestros, también su "clarividencia". Con la ayuda de vino de palma, nueces de cola "makasu" o frutas del arbusto "mondongo", dicen que pueden ver el futuro.
"Si solo ven muerte, no cazan ese día", afirma Michel desde Mbandaka, capital de la provincia de Equateur, unos 700 km río arriba de Kinshasa.
'Lebe' asegura que conoce los cocodrilos de memoria, que se sabe comunicar con ellos o atraerlos imitando sus gritos. El "mbama", un cocodrilo de hocico largo, "responde devolviendo agua con la boca" y "entonces, es el momento de asestar el golpe fatal", explica.
Con el "ngando" de hocico corto es más complicado. "Hay que posicionarse en medio de la piragua, porque puede emerger por cualquier lado", explica el cazador, quien asegura que este animal está dotado de "visión infrarroja" y libera "corriente eléctrica".
"Si un cocodrilo te muerde, sobre todo hay que no gritar", aconseja 'Lebe'. "Si no dices nada, pensará que eres un tronco de árbol y te soltará".
- Nostalgia -
A los 91 años, Papa Baron Missiki cuenta haber cazado cocodrilos, búfalos, antílopes, elefantes o hipopótamos. Al retirarse, siguiendo la tradición, inició a su hijo Missiki, tercero de la estirpe.
Orgullosos de su experiencia y de la pertenencia a la comunidad, la nostalgia impregna los relatos de los pescadores.
Michel recuerda que "en la época de Mobutu", que dirigió el país entonces llamado Zaire entre 1965 y 1997, "la caza del cocodrilo reportaba mucho dinero".
Su piel era muy codiciada por sus supuestos "dones milagrosos", como proteger a la familia contra los espíritus maléficos, pero también por "la industria de la moda".
"Salíamos a cazar con sacos de sal en la piragua para garantizar la conservación de la piel. El oro de la época era esto, nos importaba poco la carne", cuenta.
Pero ahora vender la piel de cocodrilos salvajes "está prohibido" para ayudar a preservar la especie, dice Michel.
Además, la cantidad de ejemplares en el río ha decaído, explica el cazador, que lo atribuye a la sobrepesca, al cambio climático, la presión humana o el aumento de la navegación motorizada en el río.
"Solo podemos practicar la caza del cocodrilo enano, llamado 'ngokia', y a veces la del varano, el 'mbambi'", afirma. "Vista la rápida reproducción de los cocodrilos enanos, es imposible que esta especie desaparezca", considera.
Para salir adelante, los pescadores trabajan en empresas locales, en el comercio o invierten en piscicultura. La caza furtiva también forma parte del paisaje, aprovechando la corrupción endémica que corroe el respeto a la ley en el país.
"¿Cómo vivir sin la venta de animales salvajes?", se pregunta Lucie, comerciante en el mercado Lingunda de Mbandaka. "Aunque esté prohibido, esto permite pagar la escuela de los niños, el alquiler, la vida de todos los días", afirma.
D. Wassiljew--BTZ