Ganaderos arrepentidos de la Amazonía colombiana salvan animales de la deforestación
Dos pumas recién nacidos y un puercoespín convaleciente comparten habitación en la casa de la familia Zapata, que renunció a la ganadería para dedicarse a cuidar los bosques y rescatar animales desterrados por la deforestación de la Amazonía colombiana.
Hace una década rompieron con la tradición ganadera de talar selva para convertirla en potrero. Vendieron sus vacas y cedieron el terreno al bosque en la zona rural de San José de Guaviare. Hoy son aliados del gobierno local para rehabilitar fauna y bajo su tutela se recuperan unos 60 animales, desde armadillos hasta un ocelote.
Entre los árboles asoma la casa familiar y cómodas jaulas separadas para distintas especies de aves y monos. También el cobertizo donde permanece en solitario el agresivo Ulamá, una especie de hurón grande y negro.
"Cuando llegamos no se encontraba ni una lombriz, el suelo era totalmente compacto", explica a la AFP Dora Sánchez, a la cabeza de la Reserva La Ñupana.
- "Experimento" -
Una pequeña zorra gris y un mono maicero que perdió una pierna juegan junto a esta ingeniera agroforestal de 48 años.
La mayoría de los animales fueron decomisados a personas que los tenían como mascotas o trataban de venderlos. Otros, como los pumas, son víctimas colaterales de la deforestación en una región que perdió 25.000 hectáreas de bosque en 2021.
Como la mayoría de pobladores del departamento de Guaviare, los Zapata viajaron desde el centro del país hasta esta región selvática atraídos por la promesa de "una tierra sin hombres para hombres sin tierra".
En 1997 la mayoría de colonos se dedicaba a la ganadería o a la siembra de hoja de coca, materia prima de la cocaína en el mayor productor mundial de esa droga. Ambas se hacían sobre selva arrasada.
"Esta finca era totalmente ganadera: 56 hectáreas de las cuales solamente unas 12 estaban en unos bosques altamente intervenidos", explica Sánchez, quien comenzó a sembrar árboles nativos en los potreros como "experimento" de conservación.
En 2012, "dijimos: ¡No más ganadería! Nos vamos por el bosque, nos vamos por los árboles", evoca Sánchez. Hoy tiene 40 hectáreas de selva y los turistas visitan su sendero ecológico. Algunos "adoptan" un animal y aportan dinero mensualmente para su manutención.
- Hombre vs. felino -
Samantha Zapata, hija de Dora, siente felicidad y tristeza mientras alimenta con un biberón a la pareja de pumas de unas dos semanas de edad.
"Son muy lindos y no habíamos tenido la oportunidad de verlos así de cerca, pero también nos da tristeza porque a ellos les mataron a la mamá", lamenta la estudiante de agronomía de 23 años.
Caben en una mano, pero en unos meses perderán las manchas en su pelaje y mostrarán por qué son el segundo felino más grande de América después del jaguar.
Al igual que la mayoría de animales que se encuentran en la reserva, los cachorros fueron rescatados por la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA), la autoridad ambiental local.
Una campesina del municipio de Calamar, a unos 80 kilómetros, los encontró abandonados en el bosque "con el cordón umbilical, sus ojos todavía cerrados (...) cubiertos por hormigas y hojarasca", relata Adolfo Bravo, veterinario de la entidad.
La mujer limpió los cachorros y aguardó un día por si la madre aparecía antes de llamar a la autoridad ambiental. Pobladores de la zona dijeron a la CDA que algunos vecinos han cazado felinos porque devoran sus ovejas.
"Se asume que (la madre murió) por caza furtiva", detalla Bravo.
Dora Sánchez culpa a la colonización de la selva.
"La gente empezó a ampliar la frontera agrícola, a invadirles territorio a los felinos y en algunas zonas han quedados como en unas islas. ¿El felino qué hace? Sale a los extremos a cazar y ahí lo matan".
- Aprender a cazar -
Un helicóptero de la policía transportó a los pumas recién nacidos hasta la ciudad aledaña de San José.
Por ahora beben una fórmula que imita la leche materna. "A los 4-5 meses vamos a empezar a darles carne (...) y presas vivas para que ellos aprendan a cazar y puedan desarrollarse naturalmente", explica Zapata, quien junto a su madre ya logró devolver a la selva a un ocelote. Les tomó cinco años.
Pero no siempre lo logran.
"Hay otros animales que no se pueden liberar, han pasado por un proceso de domesticación muy largo que les impide volver al bosque", explica Zapata, quien ha lidiado con monos y loros que olvidaron cómo trepar a los árboles y son vulnerables ante depredadores.
Cuatro veces al día la mujer masajea a los diminutos y lanosos pumas para que defequen.
Ojalá "no queden tristemente condenados a vivir en una jaula", anhela.
D. Meier--BTZ