Surfistas y mineros se pelean por las playas salvajes de Sudáfrica
Con sus flamencos rosas, sus playas de arena blanca y agua turquesa, parte de la costa oeste sudafricana se ha convertido en un campo de batalla entre empresas mineras y ecologistas temerosos de que estas explotaciones destruyan el lugar.
Diamantes, circonio y otros minerales se extraen desde hace décadas alrededor del estuario del río Olifants, que desemboca en el océano Atlántico a unos 300 kilómetros al norte de Ciudad del Cabo.
Pero los planes para expandir esta actividad han suscitado indignación entre surfistas, ecologistas y residentes de la región rural, que han reaccionado con demandas y peticiones.
"Es uno de los últimos sitios en Sudáfrica donde puedes ir a perderte", dice el surfista Mike Schlebach, de 45 años, cofundador de la organización ecologista Protect the West Coast.
Saben que la mina Tormin, gestionada por la empresa australiana Minerals Commodities, obtuvo la autorización del gobierno para extender la actividad a diez playas más.
En junio, el Center for Environmental Rights (CER) consiguió que la justicia impusiera controles medioambientales más estrictos, aunque desconfían del cumplimiento de estos. La abogada de la asociación, Zahra Omar, asegura que "podemos volver a los tribunales si la mina no respeta los términos" previstos.
El abogado de Minerals Commodities, Fletcher Hancock, ha declarado a la AFP que "la empresa se compromete a mejorar la situación social y económica de los sudafricanos" y a "llevar a cabo sus actividades de manera sostenible y de forma ecorresponsable".
Dos ministerios del gobierno encargados de los recursos minerales y de los asuntos medioambientales no respondieron a las preguntas de la AFP.
- Puesta de sol arruinada -
Para Zahra Omar, el Departamento de Recursos Minerales y Energía (DMRE), que supervisa las actividades mineras, tiene objetivos contradictorios: debe estimular la actividad económica pero también garantizar el respeto de las estrictas leyes medioambientales.
"Desgraciadamente, la responsabilidad de proteger nuestro medioambiente recae en las organizaciones, como el CER", señala.
Con decenas de solicitudes de otras empresas mineras ya presentadas, los residentes próximos al estuario temen que las promesas de reducir los daños no se cumplan.
"Si hay actividad minera en el mar, en la playa, en la tierra, qué acceso tendremos nosotros a la costa", se pregunta la militante Suzanne Du Plessis, de 61 años.
"Sería desastroso para nosotros y aún más para la naturaleza, que no tiene voz", agrega.
La presencia de minas se nota ya, con la acumulación de lodo y arena en la desembocadura del estuario, explica.
A unos pocos kilómetros, en Doringbaai, una playa salvaje por la que la gente paseaba al atardecer quedó destruida por la maquinaria pesada.
Peter Owies, vecino del pueblo de 54 años, recuerda que el comienzo de la minería fue un "shock" para los habitantes. "No hubo comunicación previa para decirnos: 'Mirad, tenemos la intención de explotar una mina aquí'".
Aunque hay una consulta en línea sobre el tema, dice Du Plessis, nunca se ha llevado a cabo una reunión presencial.
Para el centenar de pequeños pescadores del lugar, también todo ha cambiado. "Como bombeaban para encontrar diamantes, los peces se alejaron y nuestro banco (de pesca) más rico está ahora vacío", cuenta Preston Goliath, pescador de 46 años.
La empresa minera Trans Hex, que posee los derechos mineros de esta zona desde 1991, asegura que cumple con todas las exigencias medioambientales.
Pero cada vez más militantes locales piden que se detenga la actividad minera, para que el gobierno evalúe el impacto acumulativo de las minas, y que piense en inversiones alternativas.
"Hay toda una serie de nuevas industrias que podrían tener un impacto positivo, como por ejemplo el cultivo de algas", sugiere el surfista Mike Schlebach. "Debemos mostrarles que hay cosas mejores que hacer".
L. Pchartschoy--BTZ